Teníamos más de una y de dos buenas referencias para emprender esta singular aventura: un antiguo viaje iniciático, de pantalón cortito y caja de perrunillas, con la pedalina italiana de la mamma, por los confines del infinito puerto de Batuecas, sin apenas gasolina, pero con unas terribles ganas de perdernos. La otra referencia motivadora: la proximidad de Las Hurdes, territorio de aislamiento y pobreza, tan pintorescamente retratado en 1933 por Buñuel en "Tierra sin pan".
No podíamos tener más argumentos, y decidimos reservar una casa rural en Villanueva del Conde, uno de los primeros pueblos de la Sierra de Francia, viniendo por Béjar. Ulises y Flora, propietarios del "Aguamanil" e impulsores de la rehabilitación de senderos de la zona, fueron nuestro punto de partida y unos magníficos guías por los parajes de la comarca.
La sensación que tuvimos, nada más arrancar nuestro primer día de andanzas, fue la de estar sumergiéndonos en un eterno bosque: un silencioso bosque primigenio donde habitan toda suerte de seres vivos y algunos entes inanimados que vagan por las noches de invierno... Imaginar un "vivac" rodeados de aquellos robles melojos, enebros, piornos, madroños y castaños, es imaginar una estampa neolítica, un paraíso perdido de bosque mediterráneo y profundos valles, por los que no pasa el tiempo. Algunos escritores han descrito el Valle de Las Batuecas, como un lugar de reflexión, de interioridad, dándole matices de leyenda (don Lope de Vega fue uno de ellos)... La espiritualidad del lugar debió ser inspiradora para los moradores de hace más de 4.000 años, ya que dejaron sus estampas religioso-artísticas en los más de 30 refugios repartidos por el Valle de Las Batuecas (no perderse el Canchal de Mahoma, la Majada de las Torres, o el más conocido, el de Cabras Pintás).
Nuestro primer contacto con la municipalidad de la Sierra de Francia, fue con la imponente Miranda del Castañar, y su Castillo de los Zúñiga, de principios del Siglo XIV, reconstruido de un castillo anterior del S.XII. Pasear por sus calles es rememorar el trasiego de una villa condal, con sus estrechas galerías, sus múltiples recovecos, los desniveles abisales en las afueras... Todo ello construido en una machota, erguida y soberana, sobre el río Alagón.
Los pueblos de la Sierra de Francia tienen todos un sabor especial, no en vano, La Alberca, Miranda del Castañar, Mogarraz, San Martín del Castañar y Sequeros están declarados conjuntos histórico-artísticos por su arquitectura. La casa típica serrana es una construcción de dos plantas, hecha de granito, tramoneras y adobe. En cuanto a su urbanismo, conforman redes de empinadas y serpenteantes calles, de orígenes árabes y judíos, trufadas de fuentes y regatillos. Es inevitable no acordarse de la cercana La Vera en sus viviendas y en sus gentes.
Quizás el exponente más conocido, y por otra parte, más turístico, es La Alberca. Su Plaza Mayor porticada es magnífica, y sus calles interminables, desembocan en frondosos castañares (por cierto, excelente la miel de castaño que por allí venden). Destacar Mogarraz y San Martín del Castañar, ya que son un claro exponente de arquitectura serrana. En Mogarraz no te debes perder sus callejas y su "Casa de las Artesanías". En San Martín del Castañar verás un puente romano bien conservado, la muralla, la torre del homenaje de su antiguo castillo, y una laberíntica sucesión de fascinantes calles encajonadas y plazuelas cuasi familiares.
Se respira medievo cuando observas a sus gentes autóctonas, el hortelano dando de abrevar a las bestias, las chacinas secando, y los materiales nobles de sus nobles y humildes viviendas.
1.723m de roca que, imponente, avista la entrada a la Salamanca del cereal, despejando las brumas de las estribaciones del Sistema Central. En lo alto encontramos un monasterio y una hospedería, así como el fuerte viento, que nos recuerda el bastión que conforma este "megalito natural", hogar para la reflexión y quizás para el recogimiento espiritual.
Las vistas son increíbles, y sin mucho esfuerzo puedes encontrarte con alguna cabra montés. Una de ellas ("Saltamontes" la bautizamos) posó para nosotros en este viaje. Por cierto, hablando de la fauna del Parque natural de Las Batuecas - Sierra de Francia, sabed que es uno de los últimos refugios de nuestro amigo, el lince ibérico. No lo veréis, pero es probable que él sí a vosotros. ¡Gracias amigo Félix! Lo que si vimos fueron algunos ejemplares de cigüeña negra sobrevolándonos.
El aire serrano hace que los cerdos de la zona estén muy contentos, troten libres y coman bellotas sin parar. Por ello que los embutidos de la comarca son increíblemente buenos. Si un buen plato de embutidos lo acompañamos con unas "patatas meneás", con pimentón rico verato, un segundo de cabrito cochifrito, y todo ello regado con un vino de uva autóctona variedad "Rufete", es muy probable que los brazos de Morfeo te lleven a algunas de las veras del Alagón a reposar la digestión con una fresca siesta a la sombra de algún frondoso roble.
Limpísimo río que serpentea por meandros y bosques de inigualable valor. En él puedes encontrar una serie de pozas y piscinas naturales en los que refrescarte en verano. El silencio es la tónica en él; silencio singularmente roto por el fugaz piar de alguna de las más de 120 especies de aves de este Parque Natural. La foto clave la encuentras en el Meandro Melero desde el Mirador de la Antigua.
La escarpada orografía y la boscosidad de sus parajes, nos invitan a pasear por cualquier camino que encontremos. Algunos son bastante accesible, como la "Ruta de los Castaños Centenarios" (en el Casarito), o el "Camino del agua" (Mogarraz-Monforte); hay otros más complejos y de mayor duración, como los senderos GR 10, GR 182 y GR 183, que atraviesan de punta a punta la comarca.
Para terminar, planteo una pregunta para la reflexión: ¿en qué momento alguien se planteó que el dicho "estar en Las Batuecas", o lo que es lo mismo, ser ajeno al trajín y penalidades de la vida, debido al aislamiento y pobreza de la zona, tenía una connotación negativa?... ¡¡ quiero estar en Las Batuecas!!
Puedes comer al aire libre con el agradable sonido del agua del río Alagón de fondo. En Miranda del Castañar